El pintor Ramón Pérez (Bilbao, 1964) expone sus últimos trabajos en la galería Krisis Factory (C/Estraunza 7, Bilbao) del 2 de noviembre al 30 del mismo mes. Se trata de una quincena de pinturas, de mediano y gran formato, y una pieza escultórica realizadas en el último año y medio. En las mismas, Ramón Pérez plantea una reflexión pictórica en torno al concepto de hogar y sus eventuales amenazas, a través de una serie de retratos de escenas familiares sitas en el entorno de su casa. Las mismas, están protagonizadas por él mismo, su pareja y sus dos perros –Bochum, un joven dogo, y Lucas un veterano perro de caza-, quienes habitan un escenario construido para la ocasión en el jardín, formado por elementos como un viejo sofá (que va deteriorándose a medida que es retratado), un espejo, una bicicleta, el cortacésped, etcétera. Esta suerte de bodegón de trapero actúa a modo de elemento fijo en torno a partir del cual Ramón Pérez desarrolla distintas escenas y estilos. Escenas, pues la disposición de los elementos varía en cada nueva pieza, y estilos pues Ramón Pérez ha ejecutado en este último año y medio cada pieza dependiendo de lo que con ella quiere afirmar, resultando una muestra de carácter ecléctico que parece renunciar a la condición de serie. Así, aún cuando en la mayoría de las piezas su habitual modo de trabajo es reconocible, en otras cuesta encontrar al autor, proponiéndose como (logrados) juegos estilísticos.
En conjunto, estos retratos del día a día, parecen querer (re)afirmar una condición lograda: la del hogar, esa categoría intransferible, particular, que distingue nuestra casa de todas las demás. En la muestra, así, habita cierta calidez reflexiva, una suerte de alegato a favor de un entorno que él, junto con su familia, ha construido lentamente, día a día, a través de las vivencias que, como un poso inmaterial, han ido impregnando cada estancia de la casa.
Este sesgo hogareño de la muestra se subraya también a través del tratamiento que Ramón Pérez realiza de un símbolo universal, el perro, que él acoge en su significado más amable. Animal de amplia significación –se le llama “el mejor amigo del hombre”, pero el lenguaje identifica “perro” con las más baja condición del ser-, Ramón Pérez retrata a sus dos mascotas con afectuosa mirada, recreándose en sus movimientos, sus gestos, su transitar por la casa, tal y como hacemos con nuestros hijos, con aquellas personas a quienes queremos. Los dos canes, por otro lado, sirven de contrapunto al bodegón trapero. Si éste es un elemento fijo que representa, a través los pequeños cambios que podemos detectar en cada nueva pieza, el lento e inevitable paso del tiempo, Bochum y Lucas (así se llaman los perros) se antojan una suerte de sombras veloces que todo lo recorren, que todo lo transitan. A través de ellos, Ramón Pérez dota a la muestra de cierto movimiento representado en los ensayos pictóricos con los perros como tema, a quienes retrata fugazmente, como sombras que ya han pasado. De ese modo, cohabitan en la muestra dos tempos diferenciados, que se complementan, entrecruzan y entrelazan, dos tempos que metaforizan perfectamente nuestra relación con el hogar, donde cambiamos casi sin darnos cuenta, pero donde cada día es apenas un suspiro.
La calidez de las pinturas contrasta con un elemento inquietante. Hablamos de la pieza escultórica: un cráneo de búho real encapuchado al modo de un halcón, enmarcada dentro de una caja de metacrilato transparente y ubicada en una peana vertical de aproximadamente un metro y medio de alto. Esta pieza se acompaña de una serie de dibujos que representan el cráneo desnudo, sin capucha, en los que las enormes, desproporcionadas, cuencas de los ojos del búho observan al espectador sin piedad. La presencia de estas dos piezas puede parecer anecdótica. Sin embargo, nos atrevemos a afirmar que la relación entre las mismas actúa a modo de clave de interpretación del resto de la exposición. Si las piezas pictóricas transmiten una clara calidez, una afirmación de la vida hogareña, del momento actual, el cráneo del búho actúa como amenaza, como afirmación de la consciencia de la levedad de este estado de cosas. Así, se introduce en la reflexión una tercera consideración del tiempo, que aparece esta vez, como amenaza: el tiempo acabará con todos nosotros. Son las lágrimas de Jerjes, de quien es consciente de la crueldad de la inevitable desaparición de todo lo que hoy es. En inútil –pero simbólica- lucha contra esto, Ramón Pérez coloca una capucha (hecha a mano) sobre la mirada amenazante de la muerte, del cráneo del pájaro, del cruel tiempo humano, de la afirmación latina referida a las horas: omnes vulnerant, ultima necat (todas hieren, la última mata). Este gesto, de tapar la mirada al tiempo final, es metáfora de la afirmación del actual, un canto al momento, una suerte de afirmación que todos hemos hecho alguna vez suspirando (inevitablemente) porque nada cambie. Un intento vano de parar el reloj, una firme afirmación del presente.
Galder Reguera